El conflicto entre Irán e Israel es muy diferente del que existe entre la población árabe de Palestina y los inmigrantes judíos. Aunque muchos creen lo contrario, históricamente los persas nunca fueron enemigos de los judíos. De hecho, fue el fundador del primer imperio persa, Ciro El Grande, quien permitió a los judíos huir de Babilonia, donde se les retenía como esclavos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se apoderó de los restos del Imperio británico, el presidente estadounidense Dwight Eisenhower (1953-1961) reorganizó el Medio Oriente. Para dominar esa parte del mundo, Eisenhower designó dos potencias regionales que representarían los intereses de Washington: Irán e Israel. Desde entonces, esos dos países fueron simultáneamente amigos y rivales.

Eisenhower, envió su secretario de Estado, John Foster Dulles –el hermano de Alan Dulles, el primer director de la CIA–, a Siria para organizar una alianza irano-siria, que debía contener las ambiciones israelíes. El presidente sirio de la época, el general Adil Chicakli, era probritánico y antifrancés. El 24 de mayo de 1953, Damasco y Teherán firmaron un tratado de defensa mutua, tratado que aún hoy sigue en vigor [1].

Al mismo tiempo, el Reino Unido entraba en conflicto con Mohammad Mossadegh, el primer ministro del shah iraní Reza Pahlevi. El primer ministro Mossadegh quería nacionalizar la explotación del petróleo iraní. Con ayuda de Estados Unidos, el gobierno británico organizó lo que hoy llamaríamos una “revolución de color” que, en aquel momento recibió la denominación de Operación Ajax [2]. El MI6 británico y la CIA estadounidense pagaron a miles de personas para que salieran a las calles a protestar contra el primer ministro Mossadegh y derrocarlo. Respondiendo al “llamado de su pueblo”, el shah destituyó a Mohammad Mossadegh y designó en su lugar al general nazi Fazlollah Zahedi [3].

La cooperación entre el régimen autocrático del shah de Irán y el Estado hebreo se manifestó en 1956 con la construcción del oleoducto Eilat-Ascalón. Pero más importante es el hecho que al año siguiente, en 1957, el Mosad israelí envió a Teherán un equipo de sionistas revisionistas [4], encabezado por Yitzhak Shamir –quien se convertiría después en primer ministro de Israel– para crear la SAVAK, la sanguinaria policía política del régimen del shah [5].

En 1956, las potencias coloniales en declive, Reino Unido y Francia, se apoyaron en el Estado colonial israelí para tratar de apoderarse del Canal de Suez, que Egipto quería nacionalizar. Después de aquella operación, el gobierno de Guy Mollet, el primer ministro socialista de Francia, agradeció a Israel el servicio prestado comunicándole en secreto los resultados de las investigaciones atómicas francesas. Aquella colaboración nuclear de Francia con Israel prosiguió a espaldas de Estados Unidos.

Pero cuando en Washington comprobaron que Israel se encaminaba hacia la adquisición del arma nuclear, se iniciaron esfuerzos para que Irán también tuviese “su” bomba atómica. En 1974, el presidente francés Valery Giscard d’Estaing incluyó a Irán en el consorcio Eurodif, se comprometió con Teherán a suministrarle uranio enriquecido y a formar a sus científicos. Dos años después, el presidente estadounidense Gerald Ford autorizaba el régimen del shah iraní a iniciar las investigaciones para obtener su propia bomba.

Los medios de prensa de Occidente siempre habían presentado al shah de Irán como un simpático y moderno soberano respetuoso de los derechos humanos. Pero, cuando el imam Khomeini se refugia en París, esos mismos medios comienzan a preparar la opinión pública occidental para el derrocamiento del hasta entonces simpático shah Reza Pahlevi. El 19 de diciembre de 1971, la televisora francesa TF1 “descubre” súbitamente que la policía política del shah, la SAVAK, practica la tortura.

En 1978, Estados Unidos ve con desagrado las ambiciones militares del shah Reza Pahlevi, que amenazan el poderío de Israel. Washington decide entonces imponer al shah un nuevo primer ministro… y una nueva política. Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del presidente James Carter, decide apoyarse en los clérigos chiitas –el shah acababa de nacionalizar parte de los bienes de esa clase iraní. Brzezinski llega a la conclusión de que el ayatola Ruholah Khomeini –cuyas prédicas grabadas en casetes de audio circulan por todo Irán– reúne las condiciones necesarias para convertirlo en el nuevo primer ministro del shah. Ignorando la oposición del secretario de Estado Cyrus Vance, Zbigniew Brzezinski organiza el exilio del ayatola Khomeini en Francia, donde el jefe religioso chiita residirá durante 4 meses antes de ser enviado a Teherán, en un vuelo especial de Air France.

Washington había convencido al shah de que todo estaba bajo control y que sólo se trataba de luchar contra la oposición. La SAVAK había recibido orden de asesinar en Londres al filósofo Alí Shariati –amigo personal de los intelectuales franceses Frantz Fannon y Jean-Paul Sartre– para evitar que sus ideas anticolonialistas “agitaran” el escenario. El shah había aceptado salir del país, en un breve viaje, sólo por el tiempo necesario para que Washington resolviese la situación en Irán.

Pero el día del regreso del ayatola Khomeini, el 1º de febrero de 1979, el anciano clérigo fue aclamado por una multitud de un millón de personas. Desde el aeropuerto de Teherán, Khomeini se trasladó directamente al cementerio donde acababan de ser inhumadas 800 víctimas de la represión política. Y allí, para sorpresa de los occidentales, Khomeini pronuncia un discurso resueltamente antiimperialista. El objetivo de Khomeini no era una revolución palaciega en el seno del imperio persa sino la proclamación de una República Islámica.

En el cementerio de Behesht-e Zahra, el ayatola Khomeini se dirige directamente al ejército, llamándolo a liberar el país de los anglosajones. El hombre que la CIA estadounidense veía como un anciano predicador achacoso resulta ser un tribuno que arenga a las multitudes y exhorta los iraníes a cambiar el mundo.

Israel incauta de inmediato la mitad iraní del oleoducto Eilat-Ascalón, lo cual da lugar a un largo litigio que, no obstante, las dos partes resolverán mucho después y en secreto.

Khomeini cuestiona el reconocimiento del Estado colonial israelí, confisca los locales de su embajada y los entrega a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

En 1985, el consejero de seguridad nacional del presidente estadounidense Ronald Reagan, Robert McFarlane, concibe una treta para suministrar armamento a los contrarrevolucionarios nicaragüenses –los Contras– a espaldas del Congreso de Estados Unidos. Primeramente, McFarlane se dirige al primer ministro de Israel, Shimon Peres, con quien llega a la conclusión de que no será posible implicar a un país árabe revolucionario, como Libia, pero que Irán puede ser una opción. A través del entonces diputado Hasan Rohani –el mismo que años más tarde se convertirá en presidente de Irán–, McFarlane y Shimon Peres entran en contacto con el presidente del parlamento iraní, el hoyatoleslam Hachemi Rafsanyani, quien acepta comprar armas para luchar contra la agresión iraquí y enviar parte de ese armamento a los Contras nicaragüenses. Gracias a ese tráfico, Hachemi Rafsanyani, quien ya era un gran terrateniente, se convierte en el hombre más acaudalado de Irán [6].

En 1988, Irak utiliza armas químicas contra el ejército y la población iraní, dejando un gran número de personas afectadas de por vida –todavía hoy el umbral de tolerancia de la población iraní a la contaminación del aire es muy bajo, al extremo que el Estado iraní suele emitir alertas y evacuar la población de Teherán durante varios días. Recuerdo que en una ocasión, un amigo iraní, el talentoso periodista Nader Talebzadeh que estaba entrevistándome en un programa de televisión, se vio obligado a salir repentinamente del estudio, prácticamente escupiendo sus pulmones, y tuvo que ser hospitalizado. Fue en aquel momento, ante el sufrimiento de sus conciudadanos, cuando el ayatola Khomeini declaró todas las armas de destrucción masivas incompatibles con su visión del islam. Desde entonces, Irán puso fin a todas sus investigaciones de naturaleza militar en los ámbitos biológico, químico y nuclear, decisión de carácter ético que prolongó la guerra entre su país e Irak.

En 1992, el hoyatoleslam Hachemi Rafsanyani, ya convertido simultáneamente en traficante de armas profesional y presidente de Irán, organiza intercambios secretos con Argentina –entonces bajo la presidencia de Carlos Menem. Colaborando ya públicamente con Estados Unidos, Rafsanyani envía tropas a luchar, bajo las órdenes de la OTAN, en Bosnia-Herzegovina y además suministra armamento argentino a los bosnios. Como presidente de Iran, Rafsanyani no cuestiona oficialmente la visión anticolonialista del imam Khomeini… pero apoya activamente al presidente bosnio, Alija Izetbegovic, mientras que militares israelíes participan también en las operaciones junto a los bosnios.

El tráfico irano-argentino de armas se interrumpe por iniciativa de Israel cuando el Estado hebreo organiza el atentado contra su propia embajada en Buenos Aires, en 1992; el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en 1994 [7]; y finalmente el asesinato del hijo del presidente argentino Carlos Menem, en 1995 [8].

En 2001, Washington abandona su política de equilibrio en el Medio Oriente y pone fin a los vínculos, que antes había favorecido, de Israel con Irán, Irak y Arabia Saudita. A partir de entonces el Pentágono trata de sembrar el caos en todos los países del «Medio Oriente ampliado» (o «Gran Medio Oriente», desde Afganistán hasta Marruecos, exceptuando únicamente a Israel [9]. Los promotores de la nueva estrategia estadounidense orquestaron una terrible justificación: los atentados del 11 de septiembre de 2001.

En 2003, un ex miembro de los Guardianes de la Revolución, Mahmud Ahmadineyad, gana la elección presidencial en Irán. Ahmadineyad llega con una política totalmente diferente a la de sus predecesores, vuelve al ideal del imam Khomeini y choca constantemente con el poder clerical e incluso con el sucesor de Khomeini como Guía Supremo, el ayatola Alí Khamenei. El presidente Ahmadineyad industrializa el país, construye viviendas sociales para los iraníes de menos recursos y trata de ayudar las poblaciones chiitas de todo el Medio Oriente a ganar su propia independencia. También cuestiona la alianza silenciosa con Israel.

En 2005, el presidente Mahmud Ahmadineyad declara que el Estado de Israel está llamado a desaparecer, como la Sudáfrica del apartheid. La agencia británica Reuters falsifica las palabras de Ahmadineyad, presentándolas como un llamado a la aniquilación de la población israelí [10].

En 2006, el presidente Ahmadineyad organiza en Teherán una conferencia sobre el Holocausto. El objetivo del presidente iraní no es negar la verdad sino mostrar que la proclamación del Estado de Israel no es una forma de reparación por los crímenes de los nazis sino un proyecto colonial británico. Israel afirma entonces que Ahmadineyad es un antisemita, lo cual es absolutamente falso.

Simultáneamente, Israel inicia una campaña mundial de prensa para hacer creer que el presidente Ahmadineyad había emprendido un gran programa nuclear con fines militares. La realidad era diferente. El objetivo del presidente Ahmadineyad era descubrir una manera diferente de producir energía, sin utilizar la fisión –como en las bombas atómicas– sino mediante un proceso de fusión nuclear. Irán proyectaba entonces ayudar el Tercer Mundo a desarrollarse escapando al control de Occidente sobre los hidrocarburos.

Comenzó para Irán entonces una larguísima batalla en el seno de las instituciones internacionales [11]. Además del hipotético programa nuclear militar iraní, Israel comenzó a denunciar un supuesto “imperialismo” iraní en Irak.

Un acuerdo concluido en secreto, el 2 de marzo de 2008 en Bagdad, entre el almirante William Fallon –el jefe del mando militar estadounidense para el Medio Oriente (CentCom)– y el presidente Mahmud Ahmadineyad acabó siendo echado abajo por el vicepresidente estadounidense Dick Cheney. El almirante Fallon quería pacificar Irak con la cooperación de Irán, no en contra de la República Islámica [12], pero Cheney, implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001, no quería renunciar a la doctrina Rumsfeld-Cebrowski.

Es por eso que el vicepresidente estadounidense Dick Cheney inicia una “revolución de color”, cuando Ahmadineyad es electo por segunda vez presidente de la República Islámica [13].

El 23 de septiembre de 2010, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad solicita una investigación internacional sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001. Su pedido es recibido con pánico en la Casa Blanca.

En 2013, el panorama conocerá un nuevo cambio radical. El presidente estadounidense Barack Obama quiere poner fin a la doctrina Rumsfeld-Cebrowski, sabiendo que esta exigirá todavía décadas de guerra y millones de muertos antes de que se obtenga algo positivo para Estados Unidos. En Irán, el presidente Obama planea reanudar los contactos con las personalidades iraníes que habían participado en el tráfico de armas del caso Irán-Contras, o sea con el entorno de Hachemi Rafsanyani, así que inicia contactos secretos en Omán [14]. En definitiva, sus interlocutores iraníes [15] prometen impedir que un representantes del equipo de Ahmadineyad participe en la elección presidencial… para que Hasan Rohani logre salir electo. En agosto, la administración Obama se retira de Siria –donde afirmaba haber trazado una línea roja–, dejando al presidente de Francia, Francois Hollande, sólo con su retórica belicista.

En cuanto llega a la presidencia de la República Islámica, Hasan Rohani abandona nuevamente el ideal del imam Khomeini y comienza a negociar la venta de petróleo iraní con los europeos –Austria llega incluso a pagar jugosos sobornos. Mientras tanto, los tribunales iraníes arrestan y condenan uno tras otro a todos los colaboradores del ex presidente Ahmadineyad. Hamid Beghaie, quien había sido su vicepresidente, es arrestado –por razones que se mantienen en secreto– y condenado a 15 años de cárcel en un juicio a puertas cerradas [16].

Por otro lado, el gabinete del presidente Rohani propone la creación de una federación chiita que reuniría las comunidades chiitas de Yemen, Irak, Siria y Líbano –en otras palabras, una restauración del imperio persa– mientras que se inician las negociaciones 5+1 en Ginebra. Al cabo de unos días, las partes llegan a un acuerdo en Ginebra y, el 24 de noviembre de 2013, presentan un primer documento. Los ministros de Exteriores de China y Rusia, Wang Yi y Serguei Lavrov, subrayan que el acuerdo se había redactado fácilmente porque en realidad todas las partes saben que Irán no posee ni trata de poseer la bomba atómica. Viene después un largo año de silencio y, finalmente, el texto final se firma el 14 de julio de 2015.

Poco tiempo después, en 2016, el presidente Rohani concluye discretamente con Israel un acuerdo para resolver el diferendo sobre el oleoducto Eilat-Ascalón y en 2018 el parlamento israelí adopta, también con la mayor discreción, una ley que castiga con 15 años de cárcel toda publicación sobre los propietarios de ese oleoducto.

El general Qassem Soleimani, símbolo de la lucha antiimperialista iraní.

Al llegar a la Casa Blanca, el nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, se da cuenta de que no puede dejar ver que existe algún tipo de entendimiento con su homólogo iraní, Hasan Rohani –para todos, y sobre todo para los iraníes, Irán es el enemigo irreconciliable de Estados Unidos. El 8 de mayo de 2018, el presidente Trump saca a Estados Unidos, sin aviso previo, del acuerdo sobre el programa nuclear. Como en tiempos de los presidentes Ronald Reagan y Hachemi Rafsanyani, Washington y Teherán vuelven a representar la misma farsa: oficialmente se detestan… pero en privado hacen negocios. Los iraníes “de a pie”, que siguen padeciendo las consecuencias de esa política, descubren con estupefacción en las redes sociales el increíble nivel de vida de sus dirigentes y sus familias.

Los dos grupos que desde hace medio siglo se oponen en Irán, los grandes hombres de negocios iraníes y los combatientes antimperialistas, se reúnen alrededor de sus principales representantes. Los hombres de negocios apoyan al presidente Hasan Rohani mientras que los antimperialistas se aglutinan alrededor del general Qassem Soleimani.

El general Soleimani promueve una alternativa: el «Eje de la Resistencia». En nombre de los Guardianes de la Revolución, Qassem Soleimani arma y forma a los miembros de los grupos chiitas en el exterior, pero no para instaurar una “federación” sino para proporcionarles los medios que necesitan para ser independientes. Del movimiento yemenita Ansar Allah al Hezbollah libanés, todos y cada uno de esos grupos serán responsables de sí mismos, mantendrán una coordinación con los demás, pero sin recibir órdenes de Teherán. Los hombres formados por el general Soleimani logran victorias contra el Emirato Islámico (Daesh), frente a algunos de sus gobiernos y frente a los occidentales. El general Soleimani se convierte en el hombre más popular del Medio Oriente. Oficialmente no hace política, pero sus discursos inspiran a las poblaciones árabes y persas. Si decidiese aspirar a la presidencia, es indudable que sería electo. Así que los antiguos implicados en el caso Irán-Contras deciden eliminarlo. El 3 de enero de 2020, una salva de misiles guiados estadounidenses acaba con la vida del general Soleimani cuando llegaba al aeropuerto de Bagdad. La administracion Trump se atribuye la autoría del asesinato, pero en el Medio Oriente, los círculos mejor informados señalan que la eliminación del general iraní se gestó en Tel Aviv. Ebrahim Raissi ya no tendrá mayores dificultades para convertirse en presidente de Irán.

El bombardeo israelí contra la embajada de Irán en Damasco no es un ataque contra el equipo del presidente Ebrahim Raissi sino contra los Guardianes de la Revolución.